jueves, 19 de abril de 2012

2. Por la dorsal hacia el Teide

Difícilmente podremos recibir de nadie el cariño y las atenciones que, durante toda una semana, nos han ofrecido nuestros amigos Santiago Yanes y Teresa León, en Tenerife.  Pendientes de todo, abrumadores, divertidos, eruditos, gastrósofos... Pocas veces lo he pasado tan bien.


Desde el mismo aeropuerto, donde nos recogieron, empezamos un periplo deslumbrante por la botánica, la geología, el urbanismo y la gastronomía isleña.  Santi y Tere aúnan dos características que no es frecuente encontrar por separado: inteligencia y bonhomía;  y como a mi me interesa el nombre de cada piedra y cada árbol... ¡Pues a disfrutar!

Atravesando la isla por la dorsal lo primero que me sorprendió es comprobar la existencia física del viento alisio soplando cargado de humedad sobre la vegetación de la corona forestal.  La neblina remontaba en chimeneas verticales por todos los ventisqueros y barrancos nutriendo de humedad al pino canario, con su rara triple acícula, a los laureles y también, ay, al inevitable eucalipto al inicio de la ascensión.


Los verodes aplastados contra las rocas son un bioindicador de humedad, y el pinar se espesa apretándose contra la niebla.  Pero pronto desaparece la cobertura vigorosa del bosque para dejar paso a un matorral ralo y discontinuo, la retama del Teide, de menuda flor blanca, diferente en este punto a la amarilla peninsular.  Es que en muy pocos kilómetros hemos ascendido por encima de los 2000 metros, y lo que domina ahora el paisaje es el color ocre, rojizo, negro del sustrato volcánico de la isla...


Subiendo al cráter me veo de nuevo por encima del mar de nubes, como en el avión.  Lo pienso un poco y siento el vértigo del yo-yo: arriba, abajo, arriba...  ¡Una vida llena de altibajos!


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