lunes, 17 de mayo de 2010

6. El hombre orquesta

El viernes a las ocho y media andaba explicándole a mis alumnos de cuarto las consecuencias morales de la Segunda Guerra Mundial, a las diez y media reunido con la Comisión de Coordinación Pedagógica y a eso de las once editando la peli El destino de Josemi, para Atxo Vídeo, un grupo de vídeo que coordino en el instituto donde curro.

Después de comer hicimos la compra semanal para el restaurante y nos largamos a Férez, adonde llegamos a eso de las siete.  Me metí en la cocina y enseñé a las chicas a elaborar una salsa de boletus de las de toma pan y moja.  Sobre las doce me metí en la cama a sobar después de leer página y media de Ryszard Kapuściński.

El sábado por la mañana, tempranico, me bajé a la Zorrera y me puse a cavar unas cepas.  Al rato vinieron Mª Ángeles y Carmen y nos embotellamos algo más de 800 botellas.  Tapón a tapón.



La del ángelus sería cuando me avisan de cocina que no funciona el vapor del horno.  Llamo al técnico y me dice: coge la caja de herramientas y sigue mis instrucciones...  Con lo que como un Otilio cualquiera, arremangao y sudoroso, tuve que enfrentarme a concetos tan inverosímiles como manómetro, chiclé o patilla de conexión.

De lo que hice el sábado en la siesta  mejor si no enteráis.  Luego, otra vez en la bodega,  limpiamos todo el estropicio del embotellado matutino, colocamos las botellas en rimas y preparamos el restaurante por si un cas.

El domingo, más liviano, trasegamos lo quedaba de 2009 a las barricas, volvimos a limpiar y rematé la jornada recomendando vinos con vehemencia a una mesa de habituales.

Cunde el fin de semana ¿eh?

2 comentarios:

  1. Hablando de Kapuscinski, me viene a la memoria una disquisición que hace en su libro Ébano sobre el diferente concepto del tiempo que tiene el hombre occidental respecto al africano. Para este último el tiempo es algo subjetivo que se acorta o alarga, que se moldea y ajusta a las necesidades y ritmo de vida que se autoimpone uno. Y eso parecen tus fines de semanas, cuya duracion real no puede contabilizarse con el simple paso de las horas en el reloj.
    Claro que esta visión temporal no justifica mis dos horas de taxi atrapado cada dia en el atasco de Nairobi, pero esa y el disfrute de un vino del Penedes en un coqueto restaurante de la metropolis de africana, regido, como no, por un holadés errante es otra historia que ya te contaré

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  2. Dice un dicho africano que el hombre blanco tiene reloj pero nunca tiene tiempo...

    Es cierto que en el pueblo el ritmo de la vida no lo marca el reló. Las horas parecen adquirir vida propia y se estiran a su antojo. Al final todo se resume en sensación de tiempo vivido frente a lo otro, la sensación casposa de tiempo desperdiciado, inútil, perdido.

    Te tomo la palabra para que desarrolles lo del restaurante en Nairobi, gobernado por un jodido holandés y donde se pueden beber penedeses de raza. Interesante...

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