El viernes a las ocho y media andaba explicándole a mis alumnos de cuarto las consecuencias morales de la
Segunda Guerra Mundial, a las diez y media reunido con la Comisión de Coordinación Pedagógica y a eso de las once editando la peli
El destino de Josemi, para
Atxo Vídeo, un grupo de vídeo que coordino en el instituto donde curro.
Después de comer hicimos la compra semanal para el restaurante y nos largamos a
Férez, adonde llegamos a eso de las siete. Me metí en la cocina y enseñé a las chicas a elaborar una salsa de boletus de las de toma pan y moja. Sobre las doce me metí en la cama a sobar después de leer página y media de
Ryszard Kapuściński.
El sábado por la mañana, tempranico, me bajé a
la Zorrera y me puse a cavar unas cepas. Al rato vinieron Mª Ángeles y Carmen y nos embotellamos algo más de 800 botellas. Tapón a tapón.
La del ángelus sería cuando me avisan de cocina que no funciona el vapor del horno. Llamo al técnico y me dice:
coge la caja de herramientas y sigue mis instrucciones... Con lo que como un Otilio cualquiera, arremangao y sudoroso, tuve que enfrentarme a
concetos tan inverosímiles como manómetro, chiclé o patilla de conexión.
De lo que hice el sábado en la siesta mejor si no enteráis. Luego, otra vez en la bodega, limpiamos todo el estropicio del embotellado matutino, colocamos las botellas en rimas y preparamos el restaurante por si un cas.
El domingo, más liviano, trasegamos lo quedaba de
2009 a las barricas, volvimos a limpiar y rematé la jornada recomendando vinos con vehemencia a una mesa de habituales.
Cunde el fin de semana ¿eh?