Cada día subo a la Loma de La Zorrera. Me esperan allí casi dos hectáreas de touriga para ser atendidas. La subida es un repecho duro, continuo, que hago a diario entre el gozo y a falta de resuello. La subida a la Loma es mi paseo de los tristes, mi gimnasio, mi monte calvario… Un cuestarrón empinado que tiene el doble efecto de agotarme y de ensancharme a la vez, porque a pesar de su pendiente es de una belleza que subyuga. Una belleza antigua, torturada, fragante de monte bajo y acículas de pino, pobretona, reseca, agreste, áspera pero seductora…
Entre tomillos, romeros y pinos, esparto y lavandas se llega finalmente arriba y el efecto es siempre de deslumbramiento: El viñedo se despliega en toda su hermosura en una mesetilla que permite otear el horizonte hacia todos los puntos cardinales y trazar diagonales imposibles entre el Calar y la Cabeza del Hierro, entre la Muela de Moratalla y las lejanas sierras de Yeste…
No hay comentarios:
Publicar un comentario