Me encanta el mes de julio. Caluroso, vale, agotador, sí. Pero para mi es el mes más vital, intenso y activo del año.
Un día cualquiera empieza mirando el encierro sanferminero, un tic de juventud del que no puedo ni quiero desprenderme. Luego al campo, a quitar tallos o a tirar uva, más o menos hasta las doce, cuando el sol nos derrota y nos recogemos bajo el porche de la bodega a echar la cerveza filosófica. Agotados y polvorientos hacemos planes y arreglamos nuestro mundo, a la sombrita y dando chupetazos a una cerveda helada.
Después preparamos algo de comer, normalmente cosa ligera que cae con un blanco nieva fresquito, por ejemplo y que nos pone de humor para encarar la siesta. Para la siesta yo suelo hacer también grandes planes, que a veces se cumplen. Pero si no, a ver el Tour de Francia, que tampoco está mal.
Sobre las siete de la tarde recuperamos el tajo y ahora somos nosotros los que derrotamos al sol, ocupados en alguna cosilla que hay que ir sacando. Volvemos a preparar cualquier cosa para cenar y nos la pimplamos mirando alguna peli en la pantalla de 3 x 3.
Si pudiera elegir un mes en el que instalarme para el resto de la vida no tendría ni una duda: julio.
Además... lo mejor es que cuando julio se acaba... ¡¡¡todavía queda agosto!!!
:^ )
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