Además tengo querencia por Josep Pla, el escritor catalán, del que leí una vez una frase que memoricé: Describir es mucho más difícil que opinar, en vista de lo cual todo el mundo opina...
Por mucho que me esfuerce en expresarme mis palabras no alcanzaran nunca la sencillez, precisión y belleza del maestro ampurdanés, que, por cierto, ha descrito la floración del almendro como nadie. Así que lo que toca es cerrar la boca y escucharle atentamente:
El gran ramo del almendro, sobre el tallo rugoso y viejo, cobra como un aire alado y parece suspenso en el éter estático. El vaho acarminado que los nimba toca el aire con una levedad inconsútil, es como un esponjamiento de una porosidad de telaraña. ¡Cosa de milagro esos almendros! Sobre los viejos muros del país, morenos, rezumando la miel del sol de los días, sobre los rojos rastrojos, encuadrando la pesadumbre de las viejas heredades, sombreando el verde acerado de las duras pitas o los campos vivaces con las habas tiernas, estremecidos o arrobados ante el paso del viento por los menudos sembrados verdes, los almendros son, en este tiempo, como una transfiguración de la luz de la vida, como un palpito alado de la sorda Naturaleza.
La gran novedad es ésta: ponerse de espaldas al gran fuego de leña, avanzar hasta la puerta sintiendo en los pómulos la dureza metálica del frío y tener la visión súbita, milagrosa de los almendros. ¿Cómo vinieron estas florecillas? Ayer no estaban. No había más que un arrebol de una vaguedad sin peso. Esta noche nacieron, quizá al conjuro de la calma de aire de la luna llena. Estas lunas tan claras de enero y de febrero, que ponen una punta de misterio a las viejas casas negruzcas, que derraman una luz turbia y densa sobre las paredes encaladas, que tocan de refilón los altos árboles del riachuelo, estas lunas tan claras sobre las cuales navega el tiempo de una manera plácida y tranquila, son propicias al nacimiento de estos misterios.
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